La capacidad que tenemos los seres humanos de desarrollar el lenguaje ha tenido un impacto enorme no solo a nivel evolutivo sino psicológico, nos permite tener un gran repertorio para emitir conductas muy complejas, como por ejemplo: reflexionar, creatividad, proyectar al futuro, discursos del pasado etc. El lenguaje es una habilidad muy potente que actúa como regulador y por ello, puede ser un arma de doble filo. Puede ser una herramienta que nos ayude o se puede convertir en una de las causas principales del sufrimiento.
El lenguaje permite aprender sin tener la necesidad de exponernos a experiencia directa. A través de las diferentes asociaciones, se pueden dar nuevas relaciones entre diferentes estímulos. Mediante el lenguaje se generan diferentes reglas verbales que gobiernan nuestra conducta. Las reglas verbales son formulaciones que especifican verbalmente las consecuencias de nuestras acciones (Skinner, 1969) “Si metes los dedos en el enchufe te electrocutarás”
Una regla verbal suele constar de tres partes aunque en muchas ocasiones no aparezca de una forma tan clara. La estructura que suelen seguir es:
– Un contexto en el que se aplican. Por ejemplo, “ante un enchufe”.
– Una conducta. Por ejemplo, “meter los dedos”.
– Una consecuencia de esa conducta. Por ejemplo, “te electrocutarás”.
No necesitamos meter los dedos en el enchufe y experimentar las consecuencias de ser electrocutado para aprender a no meter los dedos en el enchufe.
Las reglas verbales cumplen una función reguladora, ya que nos ayudan a establecer acciones específicas y anticipar sus consecuencias futuras, lo que facilita la autorregulación de nuestra conducta. Por ejemplo, una expresión como: «Si comienzo a trabajar en el artículo ahora, evitaré sentirme tan agobiado cuando se acerque la fecha de entrega » o “ Si hago deporte dentro de 10 años mi salud habrá mejorado”. En ambos casos se muestra como el lenguaje puede ayudarnos a planificar y tomar decisiones más efectivas.
Sin embargo, el lenguaje y la conducta regida por reglas también tiene un lado negativo que no se puede pasar por alto. Por ejemplo: “Si pido ayuda, demostraré que soy incompetente”, “ Si no lo hago perfecto, es mejor no intentarlo” o “ Si me equivoco, demostraré que he fracasado”.
Identificar este tipo de verbalizaciones o reglas (todas aprendidas y la gran mayoría automáticas o inconscientes) resulta clave para comprender el contexto en el que se desenvuelve una persona. Esto nos permite no solo entender su contexto, sino también trabajar en la modificación de estas expresiones, no tanto en su contenido literal, sino en la función que ejercen sobre sus conductas, lo que resulta fundamental para promover cambios más efectivos y positivos.