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Me estoy haciendo mayor, mira cuántas canas, ¿y estas entradas? Ya no aguanto como antes… Frases como estas son comunes en individuos de 30 a 80 años. Este temor al envejecimiento está intrínsecamente vinculado al gran tabú: el miedo a la muerte. No obstante, también existen otros temores que perpetúan la visión negativa del envejecimiento, como la pérdida de funcionalidad y la sensación de inutilidad. ¿Pero cómo se manifiesta esto? Muchos, desde la adultez, trabajan arduamente para alcanzar metas personales y profesionales. Algunas se logran, otras no, pero cuando sentimos que nuestra funcionalidad disminuye, surge la frustración: si no lo logré antes, ahora menos…Adicionalmente, la frustración es común al notar que tareas antes sencillas ahora resultan difíciles o imposibles.

Aceptar los cambios y ajustar nuestra vida puede desencadenar una «crisis de identidad». Esta crisis se resume en la pregunta: ¿Y ahora quién soy? Si siempre he trabajado en un puesto que requiere esfuerzo físico y ahora no puedo porque mi cuerpo ha cambiado, ¿Qué me queda? Otro ejemplo es un trabajo cognitivo: profesores, médicos, ingenieros, abogados ¿Cómo se admite que ya no se puede continuar? Aunque no haya un cansancio físico evidente, el cansancio psicológico suele ignorarse.

Esta crisis de identidad no ocurre solo a nivel laboral, también es familiar. Pasar de ser una persona independiente y cabeza de familia a necesitar ayuda es una tarea ardua que afecta psicológicamente. Sentimientos como «soy una carga», «ya no puedo ayudarles con sus hijos», «ya no aporto nada» son comunes y pueden llevar a la frustración, tristeza y enfado.

Por último, y no por ello menos importante, se encuentra de nuevo un aspecto clave, la imagen corporal. Cuando crecemos aunque las personas sean activas y hagan ejercicio físico es inevitable que el cuerpo cambie, procesos como la menopausia o simplemente el paso del tiempo hace que haya cambios y que se tenga que estar atento a nivel fisiológico como por ejemplo, revisiones periódicas de algunos indicadores de enfermedad a nivel fisiológico como por ejemplo, tensión, colesterol, glucosa, hierro etc…, pero estos no suelen tener tanto impacto en la preocupación diaria de las personas como lo tiene los cambios físicos. Al envejecer, el miedo a no ser atractivos aumenta.

Empezar a tapar “imperfecciones” es una de las estrategias de la gran mayoría: cremas antiarrugas, ropa suelta, colores sobrios, pantalones en lugar de faldas, gorras, sombreros o boinas para disimular las entradas o estar calvos es común. En las relaciones sexuales, dejando a un lado los procesos fisiológicos como la menopausia o bajada de libido, la disminución de la frecuencia suele ocurrir por miedo a no gustar y exponer un cuerpo que no es “bonito”. Esto afecta principalmente a las mujeres, pero también se da en hombres.

Cumplir años debería ser positivo, ya que significa que estamos viviendo y somos conscientes de ello. La muerte llegará, pero mientras tanto, acumulamos experiencias y aprendizajes, momentos buenos y malos, risas y llantos, alegrías y frustraciones. Somos valiosos y válidos, independientemente del ámbito laboral, familiar o nuestra imagen corporal. Por ello, es crucial que una persona trabaje en su autoestima y ésta esté basada en valores que, aunque pueden cambiar, permanecen a lo largo de la vida.

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