La búsqueda de objetivos, ya sean personales o profesionales, es una constante en la vida de casi todas las personas. Durante las sesiones de terapia, si alguien llega sin metas claras, trabajamos juntos para encontrar alguna que le motive y le haga sentir bien. Tener objetivos definidos es, en principio, positivo: nos impulsa a actuar y nos brinda la oportunidad de alcanzar logros que nos hacen sentir realizados. No obstante, existen muchas personas que enfocan un período de su vida exclusivamente a conseguir esos objetivos descuidando y eliminando otras áreas que hasta ese momento eran esenciales en su vida. Este enfoque puede proporcionar una sensación momentánea de éxito, pero a largo plazo puede causar una gran crisis.
Es común encontrar a personas que, tras alcanzar sus metas, enfrentan una crisis existencial y se preguntan: «¿Y ahora qué?”. Estas personas suelen haber dedicado todo su tiempo y energía a cumplir con sus objetivos, evitando cualquier actividad que pudiera distraerlo. Esta gran autoexigencia puede llevar a una pérdida significativa de su identidad personal por cumplir con su Identidad profesional. “Estela, no sé que hacer, de repente mi vida cambió, dejé de dedicar tiempo a mis amigos, pareja, familia e incluso a mí mismo por conseguir sacar esa matrícula de honor para poder acceder a la beca para realizar mi doctorado. Ahora ya tengo mi doctorado y esa plaza que tanto deseaba, pero no me siento feliz”. Este tipo de reflexiones, aunque varían en cada caso, comparten una creencia: “No ha sido suficiente”.
Vivimos en una sociedad que valora el rendimiento y la productividad, donde parece que nada es suficiente. Nos planteamos un objetivo, lo cumplimos y, de inmediato, comenzamos a pensar en el siguiente, sin disfrutar del éxito que acabamos de lograr. ¿Cómo podemos disfrutar de este proceso si nuestro entorno nos exige constantemente más? Hace algunos años, la mayoría de las personas se plantean como objetivo obtener un título académico que les permitiera conseguir un empleo, formar una familia y lograr una estabilidad económica para vivir bien. Hoy en día, la sociedad ha evolucionado y, con ella, también lo han hecho los objetivos personales y profesionales.
La exigencia en el ámbito académico ha aumentado significativamente: un grado ya no es suficiente; se requiere, como mínimo, una especialización a través de masters, doctorados o cursos oficiales. Esta presión para acceder a un trabajo digno y estable puede llevar a muchas personas a postergar sus metas personales, ya que su cumplimiento depende en gran medida de las exigencias profesionales.
Esta exigencia, tanto interna como social, a menudo nos hace perder la perspectiva en ciertos momentos de nuestra vida, enfocándonos exclusivamente en alcanzar nuestras metas profesionales. Este enfoque desmedido puede tener consecuencias negativas a largo plazo. A continuación, quiero explorar algunas de las trampas mentales en las que podemos caer durante estos períodos.
– Vincular nuestro valor al logro de objetivos: Es fundamental que los objetivos que nos planteamos sean realistas. Cuando logramos una meta, tendemos a asociar ese éxito con nuestro valor personal. Sin embargo, si no alcanzamos lo que nos propusimos, podemos caer en la trampa de pensar que no somos suficientes o que somos incapaces.
– Necesidad de aprobación externa: Muchas veces, sentimos la presión de demostrar a personas importantes que somos capaces. Esta necesidad de validación puede llevarnos a priorizar el logro de nuestros objetivos sobre nuestro propio bienestar, buscando constantemente la aprobación de los demás.
– Creer que no hay tiempo para otras actividades: A menudo, pensamos que no podemos dedicar tiempo a nada que no esté relacionado con nuestros objetivos. Sin embargo, esto suele ser más una forma de evitar el malestar que sentimos al alejarnos de nuestras metas, en lugar de un verdadero problema de organización del tiempo.
Esta mentalidad puede hacernos descuidar aspectos importantes de nuestra vida, como la salud, las relaciones y el autocuidado.
– Equivalencia errónea entre valía personal y atención a los demás:
Muchas personas creen que el hecho de que sus seres queridos permanezcan a su lado, incluso cuando no les dedican tiempo o atención, es una prueba de su valor. Esta percepción puede llevarlas a pensar que su valía está garantizada, independientemente de cómo prioricen sus relaciones. Con el tiempo, esta mentalidad puede hacer que descuiden a amigos y familiares, convencidos de que su amor y apoyo son incondicionales. Sin embargo, al no invertir tiempo en estas relaciones, pueden comenzar a perder conexiones valiosas. Eventualmente, se dan cuenta de que han dejado de lado a personas importantes, lo que puede generar sentimientos de soledad y arrepentimiento, afectando su bienestar emocional a largo plazo. Es crucial reconocer que las relaciones requieren atención y cuidado, y que priorizar nuestras metas no debería implicar sacrificar nuestras conexiones más significativas.
Es fundamental tener en cuenta estas trampas mentales para evitar caer en patrones perjudiciales. Por último, es importante reflexionar sobre la pregunta: ¿Y si nunca consigo mi objetivo? Esta es una realidad que puede suceder. Hay quienes pasan su vida entera esforzándose por «hacerlo bien» en la búsqueda de sus metas, sin disfrutar de nada más en el camino y enfrentando cada día con la sensación de haber fracasado. Este enfoque puede limitar significativamente la calidad de vida de una persona, llevándola a perder de vista lo que realmente importa y a descuidar su bienestar emocional.
Las ideas que quiero resaltar en este artículo son, en primer lugar, la importancia de considerar nuestro contexto y nuestras circunstancias personales al plantearnos objetivos. En segundo lugar, aunque tener metas es fundamental y positivo, enfocarnos exclusivamente en ellas sin atender otras áreas de nuestra vida puede resultar en un alto costo emocional que no vale la pena. Por ejemplo, alcanzar un puesto de directora en una empresa internacional dedicada a la investigación de células madre puede ser un gran logro, pero si para lograrlo sacrificamos nuestro bienestar psicológico, ese éxito pierde su valor. Es esencial encontrar un equilibrio que nos permita crecer y prosperar, sin descuidar lo que realmente importa en nuestra vida.