Aquí me encuentro dispuesta a escribir un artículo que aborde un tema tan personal y complejo como lo es el duelo. Es posible que en este texto no encuentres una respuesta mágica ni soluciones inmediatas, pero mi intención es ofrecer algunas reflexiones en una época llena de festividades, en la que las emociones predominantes suelen ser la felicidad, la alegría y la ilusión, y donde, aparentemente, no hay cabida para otras emociones que se alejen de esas expectativas. Sin embargo, para muchas personas, mientras el entorno se encuentra de celebración, su vida se detiene y no pueden vivir estas fechas de la misma manera.
Son muchas las personas que atraviesan momentos difíciles, ya sea porque acaban de recibir una noticia que les ha desestabilizado, porque están viviendo el proceso de duelo o, aunque ya lo hayan vivido, siguen sintiendo intensamente la ausencia de seres queridos.
También existen quienes enfrentan por primera vez esta época del año en soledad, o quienes viven circunstancias similares que no pueden resumirse en pocas palabras.
Para muchos, disfrutar de estas fechas resulta complicado, pues la muerte, tradicionalmente vista como el fin de la vida, está asociada a algo negativo y doloroso. Sin embargo, aunque el proceso de duelo sea inevitablemente doloroso, tal vez estas fechas puedan convertirse en un momento propicio para la reflexión. Puede ser una oportunidad para escucharnos a nosotros mismos, para detenernos a ver qué necesitamos, cómo nos sentimos, y permitirnos vivir todas las emociones que surjan, sin juzgarlas.
Al mismo tiempo, podemos dedicar un espacio para reflexionar sobre el aprendizaje que esta situación nos ofrece: la vida es finita. ¿Es esto algo negativo? Sé que resulta difícil pensar en el fin de nuestros días y que no es adaptativo obsesionarse con ello. No obstante, reconocer que la vida tiene un final también puede ser una invitación a vivirla de manera más plena. A menudo, la vida avanza por inercia, impulsada por las exigencias del día a día: el trabajo, la familia, los amigos y, en muchos casos, la autoexigencia que la mayoría de nosotros experimenta. La vida pasa y, en la mayoría de los casos, no nos detenemos a reflexionar. Estímulos tras estímulos nos empujan a seguir adelante sin descanso.
Cuando ocurre un evento que tambalea nuestra existencia, como la aproximación de una muerte o el temor a una enfermedad, ese suele ser uno de los pocos momentos en los que nos permitimos detenernos. Aquí es donde quiero llegar: el miedo a la muerte, en muchas ocasiones, es lo que nos salva.
Es en esos momentos cuando nos damos cuenta de que hemos estado sobreviviendo, pero no viviendo. ¿Acaso no sería más sencillo preguntarnos si estamos viviendo de la manera que realmente nos gustaría? Más allá de cuánto dure este camino, si nos enfocamos constantemente en su final, nos perderemos todas las vistas que nos ofrece el recorrido.
Todo es temporal. Sin embargo, el tiempo que tenemos es un recurso valioso que podemos utilizar para crear y transformar nuestra vida, dentro de lo que las circunstancias nos permitan, tratando de hacerla lo más acorde posible a lo que nos hace sentir orgullosos.