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Los vínculos afectivos son fundamentales en nuestra vida. Desde la infancia, las personas aprenden a relacionarse, un proceso que resulta más complejo de lo que parece y que puede ser una fuente significativa de sufrimiento. Independientemente del tipo de relación que se establezca, ya sea afectiva o sexo afectiva, estas se construyen y evolucionan en función de las experiencias y aprendizajes individuales.

Sin embargo, para algunas personas, establecer vínculos puede generar inseguridades. Por ello, es esencial diferenciar entre dos conceptos clave en las relaciones interpersonales: importar y aportar.

Uno de los aspectos fundamentales en las relaciones es tener claro quién eres. Aunque parece una idea evidente, en muchas ocasiones, al interactuar con diferentes personas, este principio se olvida. ¿Por qué ocurre esto? La razón principal es el miedo.

Cuando una persona no se siente segura de que mostrarse tal y como es favorecerá la relación, tiende a camuflarse, un fenómeno que denomino «Efecto Camaleón».

Un camaleón cambia la pigmentación de su piel para adaptarse al entorno y evitar peligros (los depredadores), asegurando su supervivencia. De manera similar, los seres humanos adoptamos comportamientos que nos permiten encajar en nuestro entorno, especialmente cuando sentimos que ser nosotros mismos podría llevarnos al rechazo.

Esta adaptación puede llevar a una pérdida de identidad, pues la necesidad de ser aceptados nos impulsa a actuar para agradar a los demás, en lugar de guiarnos por nuestros propios valores. A largo plazo, este mecanismo puede generar un profundo malestar emocional.

Pero, ¿qué sucede cuando, a pesar de todos los esfuerzos por agradar a los demás, el vínculo no se mantiene? Aquí aparece el sufrimiento. Por un lado, surge una sensación de vacío al haberte alejado de ti mismo sin que ello haya sido suficiente para sostener la relación. Por otro lado, se cae en una de las trampas más perjudiciales: la necesidad de aportar.

Existe una creencia errónea muy extendida: «Debo aportar algo a la otra persona para que me quiera». A partir de esta idea, se genera un miedo constante a fallar, a decir que no, a expresar desacuerdos o a no estar siempre disponible. En estas circunstancias, las decisiones dejan de ser libres y pasan a estar condicionadas por el temor al rechazo o al abandono.

Para que un vínculo afectivo se mantenga, no es necesario estar aportando continuamente. Alguien puede quererte simplemente por quien eres, sin que tengas que demostrar constantemente tu valor a través de lo que ofreces. Se comete el error de pensar que merecemos ser queridos solo en función de nuestra utilidad para los demás, cuando el amor y el cariño van mucho más allá.

Por supuesto, en cualquier relación sana debe existir reciprocidad y el deseo genuino de cuidar el vínculo. No obstante, si creemos que alguien permanecerá a nuestro lado solo por lo que le ofrecemos, el vínculo pierde su significado, ya que se mantiene por miedo y no por amor. Y cualquier relación sostenida por miedo está condenada al desgaste.

Si para que alguien te quiera debes alejarte de quien eres realmente eres, ese vínculo se aleja del verdadero significado de importar. Importar implica ser respetado, cuidado, poder compartir tanto momentos agradables como difíciles sin que el lazo se rompa, tener la libertad de equivocarte, expresar desacuerdos y tomar decisiones sin temor.

El amor no consiste en demostrar que mereces ser querido, sino en ser aceptado incluso cuando tú mismo tengas dudas sobre si lo mereces.

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